sábado, 19 de septiembre de 2009

Memorias de Dogville








La parecita, la reja, el muro. Nuestra buena conciencia suele tener límites tan toscos como ésos. El bebé que estrellan contra la medianera no es nuestro. No es nuestro problema.

Yo pago mis impuestos.

Yo me levanto todos los días a las seis de la mañana.

Que algo en el espíritu de grupo se perdió (si es que alguna vez estuvo) no es novedad. Lo estremecedor, en todo caso, es la facilidad –¿la alegría?– con la que nos entregamos, encantados, al juego de delegar. “El pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución”, dice el artículo 22. Habrá que sostener pues vía impuestos toda una panoplia de funcionarios más o menos eficientes, más o menos indolentes, pero el precio es más que acomodado si de conciliar el sueño se trata. Yo cumplo. Yo pago. Yo duermo.

Todos, de algún modo, pagamos por olvidar. Como si el combo de trabajo e impuestos al día nos absolviera de todo lo demás. Tal nuestra miserable corona de ajo contra todo lo espantoso del mundo. Con la siempre rendidora excusa del Estado ausente (que si bien se borra de infinitos lugares, hay otros en los que sencillamente no tiene modo de estar) es fácil sentirse a salvo de lo otro. De lo que se cuela. De eso para lo que no hay ni muro ni reja ni medianera que valga. De eso que persiste. Que vuelve. Que no deja dormir.

No, no es sólo la tan mentada “mala conciencia burguesa”. Es algo mucho más físico. Los ruidos de una trifulca feroz en la casa de al lado. Un piojo de tres años descalzo, en agosto, arriba del subte. Todos estuvimos alguna vez justo en ese lugar. De casualidad. Y la casualidad suele ser la excusa perfecta para cerrar la puerta, subir el volumen de la radio, bajarse en la que viene. Las casualidades son eso: el error en la trama, lo que pasa cuando no debería pasar. Sobre todo cuando uno paga sus impuestos. O se levanta a las seis.

Hace un tiempo, el caso del Chacal de Mendoza puso en escena uno de estos secretos a voces con fondo de barrio. Crímenes colectivos en los que uno actúa mientras los demás ofician de campana. O de silenciador, según se prefiera. En veinte años, el amable vecindario de La Cuarta asistió al griterío y a los golpes que salían de la casa de Armando Lucero en perfecta sordera. En perfecto silencio. “Estamos indignados, esto es aberrante; muchos de nosotros todavía no podemos creer que nadie haya hecho una denuncia”, le comentó al diario Los Andes una mujer que –¿ya adivinaron?– prefirió no dar su nombre. Una indignada de manual, reprochando en los demás lo que ella misma nunca se animó a hacer.

Hace un tiempo, también, escuché de boca de Alicia Pierini otra historia de paredes que oyen pero no escuchan. La defensora del pueblo de la Ciudad de Buenos Aires recordó que la investigación que terminó con la clausura de varios talleres clandestinos en Floresta, en los que se tenía reducidas a la esclavitud a decenas de personas, había comenzado, en realidad, como una denuncia por ruidos molestos. “Las máquinas de coser andaban sin parar 24 horas y no dejaban dormir a nadie”, dijo. A la gente de bien, se sabe, nada la perturba tanto como esos sonidos maleducados que no respetan la propiedad privada y se meten en la casa de uno como si tal cosa. Habrase visto.

Algo me dice entonces que no, que nunca fuimos Fuenteovejuna. Que siempre fuimos Dogville, la ciudad de los vecinos siniestros. Una verdad intragable de la que por lo visto tomamos conciencia sólo cuando un “hecho policial” cualquiera viene a revolearnos nuestra hipocresía en la cara. A repetirnos por vez un millón que hay cosas que no se delegan. Y más aún: que las casualidades no existen, como tampoco existen ciertos accidentes. Se trata, siempre, de violencias cocinadas a fuego lento y por mil y un cocineros. Pequeñas muertes anunciadas. De indefensos, casi siempre, masacrados a cuatro, seis, veinte manos, aunque sólo hayan sido dos las definitivas.

Hace tres años, en marzo y en España, una nena llamada Alba quedó convertida en vegetal. Su padrastro cada tarde la ataba desnuda a una silla, que sacaba al balcón. Le daba agua de a gotas. Cada tanto. Y, cada no tanto, le daba unas palizas feroces. La última, en marzo de 2006, la dejó sin voz y sin pasos, y con la edad mental de una nena de dos. La chica tiene varios más. Tiene, también, una madre y vecinos. Muchos vecinos que nunca oyeron nada. Que nunca vieron nada. Setenta balcones, y la peor flor: una nena desnuda y atada a una silla. En la ventana. En pleno invierno.

No, definitivamente nunca fuimos Fuenteovejuna. Nuestro silencio es cualquier cosa menos noble. No busca proteger al que liquida al Comendador abusivo, sino callar a coro crímenes cantados, en los que cada quien mata como puede. Cerrando la boca. Apartando la vista, casi siempre.

Aquí, hace exactamente cinco años, un hombre torturó durante 12 horas a un nenito de cuatro, hijo de su pareja. La paliza comenzó a las 3 de la mañana. Terminó a las tres de la tarde, con el nene sin nombre (en Dogville, se sabe, hacemos de la privacidad nuestra obsesión) reventando contra una pared. Fue en La Boca. Hubo también aquí una madre que no estuvo –algunas madres suelen tener la mala costumbre de no estar en el único momento en el que de verdad se las necesita– y muchos, muchísimos vecinos. Todos escucharon todo, pero nadie vio nada. O sí. En medio de esa masacre que duró horas, el asesino se cruzó enfrente a comprar cigarrillos. Hubo una kiosquera que lo vio venir por la vereda, despeinado y ya bañado en sangre. Le vendió el atado y siguió con lo suyo.

El cliente, se sabe, siempre tiene la razón.

También aquí, en Santa María de los Buenos Aires, y hace todavía menos, una mujer de 35 años murió tras otra golpiza feroz, a cargo de su novio. “Crimen pasional en Caballito”, titularon en ese club de amigos del pensamiento fácil que suelen ser los diarios. También aquí amables vecinos asistieron, pared de por medio, a un asesinato a distancia. La chica alcanzó a pedir auxilio, pero ni así hubo caso. “Eran gritos desesperados. Después, escuché un golpe seco y pensé: ‘La reventó contra la pared’”, confesó horas más tarde y frente a las cámaras de televisión una encantadora copropietaria rubia de lentes, como quien cuenta un choque.

Claro que en Dogville también hay traidores. Gente que se mete donde nadie la llama y que, cada tanto, rompe con la ommertá que rige en la ciudad de los cómplices. Uno de esos réprobos apareció hace días en San Luis. Llamó por teléfono a la policía y contó que acababa de ver a un señor en una 4x4 entrando a un hotel con una nenita. Las fuerzas del orden se tomaron su tiempo antes de intervenir pero sí: efectivamente, en el interior había una chiquita de 11 años junto a un señor de 51. “Los vecinos lo conocían como una persona seria y honesta”, explicó el oficial a cargo del operativo. Un comerciante exitoso, “felizmente casado”, padre de tres hijos. La clase de gente que Dogville consiente, ampara, necesita.




Fernanda Sández
Diario Critica-19.09.2009

domingo, 30 de agosto de 2009

ADOLF OBAMA

Por Santiago O’Donnell

Hay ciertos temas que por razomes básicas de supervivencia muchas veces uno trata de obviar: temas densos, complejos, de aristas infinitas y en gran medida abstractos. Por ejemplo, el debate sobre la reforma del sistema de salud en Estados Unidos.

Hasta que un día uno abre el diario y se encuentra con una foto de una multitud sosteniendo carteles que muestran a Obama disfrazado de Hitler y se percata de que los manifestantes no pertenecen a ningún grupo marxista, ni islamista, ni adscriben a una causa de liberación nacional sino todo lo contrario.

Se trata de una grupo de rednecks (cuellos rojos, en inglés), los good ol’boys (buenos muchachos, en inglés) de las zonas rurales del sur, evangélicos y amantes de las armas, los soldados de a pie de la revolución que empezó Ronald Reagan y que estalló en pedazos con la caída de Wall Street y el final del mandato de George W. Bush, esa mezcla de chauvinismo político, conservadurismo cultural y neoliberalismo económico que había sido derrotado en las urnas por un Obama negro, progresista y estatista, al menos para la escala de ese país.

Sin embargo, la reforma le ha costado a Obama doce puntos de imagen positiva y corre serios riesgos de ser derrotada en el Congreso, o de ser diluida al punto de terminar siendo poco más que un lifting. Cualquiera de esas alternativas significaría la mayor derrota política de su joven gobierno.

Lo más loco es que los rednecks de la foto no están solos. La propuesta de reforma ha generado un fuerte rechazo en prácticamente toda la derecha estadounidense. Rush Limbaugh y Sarah Palin acusan al negro Obama de ser Hitler. No por Afganistán ni por querer expandir el poderío militar de Estados Unidos en el mundo. Por querer hacer el sistema de salud más accesible y más inclusivo.

Claro, lo más fácil es decir son todos unos fachos, desde Bush hasta Obama, hasta el último de ellos. Fachos y encima unos estúpidos que se dejan engañar por el lobby de las empresas privadas de salud, que gastan fortunas en publicidad y compran votos en el Congreso para que nada cambie y así se la siguen llevando en pala. Pero sería una simplificación tan grosera como pensar que de golpe Obama se ha transformado en Hitler.

Para entender por qué la prioridad política y principal promesa de campaña de Obama ha chocado contra una pared, hace falta entender mínimamente cómo funciona el sistema de salud estadounidense, por qué Obama quiere reformarlo y por qué tantos ciudadanos, incluyendo muchos que lo votaron, se oponen con tanta vehemencia a la iniciativa presidencial. Intentémoslo.

En Estados Unidos funcionan cuatro sistemas: el sistema privado, principal sujeto de la reforma; el Medicaid, que atiende a los pobres; el Medicare, que atiende a los jubilados y discapacitados, y el Veteran’s Administration, que atiende a los veteranos de guerra.

Medicare es un sistema íntegramente financiado por el gobierno federal que provee medicamentos, servicios médicos y servicios geriátricos. Atiende a unos 60 millones de personas. El gobierno no provee los bienes y servicios, sino que subcontrata con aseguradoras (algo así como prepagas), que a su vez contratan hospitales, compran remedios, etc. Parte del financiamiento viene de las jubilaciones, otra parte de otros impuestos y otra de un fondo de inversión que se está por acabar en un par de años. El sistema está en rojo y ahora se jubila la generación “baby boom”, producto de la explosión demográfica que sucedió a la Segunda Guerra Mundial.

Medicaid es un sistema de financiamiento mixto, mitad federal, mitad estatal, que administran los estados y que atiende a unos cuarenta millones de personas de todas las edades. En algunos casos los estados subcontratan con aseguradores, en otros contratan los servicios directamente. En algunos casos Medicaid (en cada estado tiene un nombre distinto) paga por lo que contrata, en otros funciona un sistema de cápitas, en otros se paga una suma fija por un servicio anual. La cobertura varía de estado a estado y en algunos les cobran copagos a los pobres por algunos servicios. Por ley, el gobierno federal compra todos los remedios de Medicaid y así negoció un descuento del 40 por ciento. En cambio en Medicare cada aseguradora compra sus remedios y los paga a precio de mercado. Esto es en parte porque hasta hace 25 años Medicare no cubría remedios y los jubilados tenían que comprarlos con su dinero en la farmacia.

A diferencia de Medicare, donde sólo hace falta tener 65 años o ser discapacitado para ser beneficiario, el criterio de Medicaid es esencialmente económico y los requisitos son complejos. En una palabra, hay que ser muy, pero muy pobre para recibir Medicaid. Si uno tiene un trabajo mal pago, que no alcanza para el costoso seguro de salud que ofrece el empleador, igual puede ser demasiado rico para Medicaid. Si no tiene trabajo pero es dueño de una casa o de algún bien que puede venderse, también puede ser demasiado rico para Medicaid. Si uno trabaja en una pyme pequeña o informal, que no provee cobertura, pero embolsa más de mil, mil quinientos pesos por mes, puede ser demasiado rico para Medicaid.

Demasiado rico para Medicaid pero demasiado pobre para un seguro de salud privado: hay unos cincuenta millones de estadounidenses en esa situación. Algunos simplemente no pueden pagar el seguro. Otros prefieren ir a los hospitales gratis, gastar el poco dinero que tienen en otra cosa y rezar para que no les pase nada grave. Otros perdieron su seguro al cambiar de trabajo y no pudieron recuperarlo por padecer una enfermedad preexistente. Otros perdieron la cobertura porque se fundieron pagando gastos médicos que su seguro no cubría.

Después está el sistema privado, que cubre a más de 150 millones de personas, que tiene sus particularidades. Funciona a través del empleador. Cada empleador contrata con una sola aseguradora. Los empleadores tampoco tienen muchas opciones de aseguradoras, las cuales por distintas regulaciones estatales y federales ejercen un dominio de mercado monopólico u oligopólico en distintas áreas, similar a los servicios públicas pero desde la empresa privada.

Las aseguradoras les ofrecen a los empleadores un menú de planes de distinto precio para acomodar a toda la escala salarial. El empleado elige pagar mucho por un plan caro o menos por un plan barato. El más económico es el sistema llamado HMO. Se trata de planes con cartilla cerrada que típicamente giran alrededor de un solo centro de atención primaria, similar al que ofrecen muchas obras sociales en la Argentina. De ahí para arriba es posible comprar los planes más lujosos y extravagantes que uno pueda imaginarse, pero no cambiar de aseguradora.

Los demócratas sueñan con reformar el sistema desde hace por lo menos 75 años, para acercarse aunque sea un poco a los sistemas de cobertura universal que con presupuestos comparables ofrecen países como Canadá o algunos miembros de la Unión Europea.

Los objetivos básicos de la reforma son dos: aumentar la cobertura en cantidad y calidad, y bajar los costos a través de la regulación de la industria, empezando por las aseguradoras. La idea es que el mayor ingreso que percibiría el sistema por la expansión de la cobertura permitiría a los proveedores bajar los costos o frenar los aumentos que recaen sobre los usuarios.

A diferencia del plan que presentaron los precandidatos Hillary Clinton y Howard Dean en la campaña, el de Obama no garantiza la cobertura universal. Pero se acerca. La idea es que la cobertura alcance al 95 por ciento de los estadounidenses y residentes, dejando de lado a los más de diez millones de inmigrantes ilegales.

Eso se lograría a través de subsidios federales para los pobres no tan pobres como para recibir Medicaid, que se canalizarían directamente a través de las aseguradoras.

Para bajar los costos Obama propone negociar con las aseguradoras un plan básico de prestaciones establecido por el gobierno a un precio fijo. También un sistema de puntajes que recompense a los mejores hospitales en vez de los que más personas atienden. Y algún mecanismo para que los empleadores tengan más libertad de elección a la hora de contratar aseguradoras. Además impulsa la creación de una aseguradora estatal para garantizar la competencia honesta.

Con un presidente que viene de arrasar en las urnas, con mayoría en las dos cámaras, los demócratas estaban convencidos de que era ahora o nunca.

Pero Obama cometió un grave error de cálculo y se llevó una sorpresa mayúscula. No tuvo en cuenta el efecto psicológico de la peor crisis económica desde la Gran Depresión. No tuvo en cuenta que en tiempos de crisis la gente está más preocupada por no perder lo que tiene que por mejorar su situación. Ni que un tema tan complejo y difícil de explicar era lo que la derecha estaba esperando para facturarle todos los intereses que había tocado desde su llegada al gobierno.

Entonces empezaron a decir que Obama primero había estatizado los bancos, después las automotrices y ahora quería estatizar el sistema de salud porque estaba enfermo de poder y quería controlar todo.

Después Palin se agarró de un programita incluido en la reforma para asesorar a enfermos terminales sobre sus deseos de no extender artificialmente su vida, para acusar al presidente de promover “paneles de la muerte”.

Después echaron a correr la bola de que el control de precios implícito en la reforma llevaría a un sistema de “cuotas” que limitaría las opciones de los pacientes y provocaría más demoras para conseguir atención.

El tema prendió y los enemigos de la reforma empezaron a agarrarse de cualquier cosa. El principal ideólogo de la reforma es un especialista en bioética de Harvard. Entre los tres millones de palabras y decenas de libros que el experto escribió sobre la bioética, citó a otro experto diciendo que en un caso donde hay que decidir entre darle un riñón a un enfermo que sufre una enfermedad mental extrema e irreversible, y otra persona que no sufre ese problema, a lo mejor sería conveniente darle el riñón al que no sufre dicha enfermedad mental. Para qué. Aunque el experto aclaró que nunca defendió esa posición y que se arrepiente de no haber sido más claro al respecto en su libro, a partir de esa cita, la derecha dictaminó que la reforma les quitaría derechos y cobertura a los discapacitados. De ahí la comparación de Obama con Hitler.

Cuestión que Obama pensó que no habían entendido bien y que su magia estaba intacta y partió a las Rocallosas, la cuna de los rednecks, a explicar el plan en foros ciudadanos. Y mandó emisarios al resto del país para hacer lo mismo. No le fue bien. Demasiados casos difíciles de explicar o sin solución a la vista. Demasiado lenguaje técnico y burocrático como para enfrentar la simpleza del relato opositor. Demasiada angustia como para que prenda el “Sí, podemos”. Demasiado miedo.

Para colmo, la oficina presupuestaria del Congreso salió a decir que el plan de Obama costará una fortuna que el país no está en condiciones de pagar. Pero según demostró el experto Jon R. Gabel en el New York Times, esa misma oficina subestimó, y por mucho, los ahorros alcanzados en las últimas tres modificaciones del sistema. Y lo hizo por carecer, después de dos décadas de neoliberalismo, de la gimnasia contable necesaria para estimar la sinergia que producen la centralización y el mayor poder de negociación implícitos en la intervención estatal.

Poco a poco el lobby médico y el espíritu de restauración conservadora se van comiendo los aspectos más progresistas del paquete en los pasillos del Capitolio y las reuniones del Comité de Finanzas. La idea de una aseguradora estatal para competir con las privadas está en la cuerda floja y sólo sobrevivirá si Obama deja de negociar con los republicanos moderados e intenta imponer su mayoría parlamentaria. Pero el problema es que en medio de la tormenta algunos demócratas dudan y otros ya se pasaron de bando y todavía falta mucho trabajo, mucho desgaste en un Congreso de vacaciones que recién vuelve a sesionar el 8 de septiembre.

Paul Krugman los llama “los zombies de Reagan”, porque su ideología ha muerto pero han salido del cementerio para acechar al gobierno de Obama. Siembran miedo buscando asfixiar la iniciativa del presidente. Son ellos los que han marcado la agenda del debate sobre el sistema de salud, mientras Obama mira desde el cartel, con bigotito nazi y cara de no entender nada.



EXTRAIDO DE PAGINA/12 DE HOY

jueves, 9 de julio de 2009

RESISTENCIA (defiance)



Titulo Original: Defiance

Género: Drama Bélico

Nacionalidad: USA

Año: 2008

Direccion: Edward Zwick

Guion: Ed Zwick, Clay Frohman

Reparto: Daniel Craig, Liev Schreiber, Jamie Bell, Alexa Davalos, Allan Corduner, Mark Feuerstein

Corre el año 1941 y los judíos de Europa Oriental están siendo masacrados a millares. Tres hermanos logran escapar de una muerte segura y se refugian en los densos bosques de alrededor de su casa, que conocen desde su infancia. Allí inician su desesperada lucha contra los nazis, convirtiendo la lucha por la supervivencia en algo mucho más importante, una forma de vengar las muertes de sus seres queridos al salvar a miles de personas.

Basada en una historia real, la pelicula se presenta como una de las tantas historias de heroismo durante la segunda guerra mundial. Pero poco a poco vamos viendo sutiles diferencias entre esta y otras peliculas del genero: Los personajes protagonistas no son norteamericanos ni franceses ni iingleses, sino bielorrusos. Entre otras cosas, la pelicula plantea de manera honesta y poco estereotipada varias cuestiones espinozas: la relacion entre los pueblos locales y los nazis, entre estos y la autoridad local, entre judios y no judios, y entre aquellos que se disponen a luchar y aquellos otros que se entregan a la resignacion.

Y, lejos de querer dar lecciones morales "a lo hollywood", el film nos pone cara a cara con dilemas tipicos de la humanidad de nuestro tiempo: ¿que hacer ante la adversidad, luchar o aislarse? ¿haciendo lo mismo que el enemigo uno se vuelve igual a el?¿es posible la resistencia pacifica?

Aunque el final me dejo un gustito amargo (no cuento nada mas, compruebenlo ustedes mismos) "Defiance" es una gran pelicula, con unas actuaciones de la hostia y una ambientacion de lujo.

martes, 17 de marzo de 2009

CARTA ABIERTA A MARCELO TINELLI




 
Por Vecinos de El Chorizo
 
Marcelo: ¡Sí! ¡Hay un lugar donde vivir! Venite.
Estimado Marcelo: luego de escuchar tus declaraciones en el programa de Rial, donde tan claramente expones la pesadilla que están viviendo vos y otras personas en Buenos Aires y coincidiendo plenamente con tus expresiones de:

*"La entiendo perfectamente a Susana (Giménez), si me mataran un ser querido también pediría la pena de muerte, y yo también estoy cansado de los derechos humanos a los presos".

"La gente ya no sabe como vivir, ni siquiera nos podemos mudar porque ¿adónde vas a ir? Todo el país es inseguro".

"Hoy te matan por el pancho y la Coca (Cola)". 

"miramos el país como si fuera una película, nadie se hace cargo de nada. Yo no digo que hay que hacer la ley bruta pero algo hay que hacer".
"la inacción es lo que genera todo esto y nos estamos acostumbrando a tres o cuatro muertes por día que aparecen en los medios y esas son solas las que aparecen. Hay decenas, cientos de muertes más. Acá nadie se hace responsable de las cosas".
"Salís a la calle y te matan a vos, a tu hijo, de seis tiros. Vos vivís en un country cerrado, en un edificio con rejas, y los delincuentes andan sueltos"
"Nosotros no tenemos que encargarnos de esto (...);nosotros damos trabajo a la gente, entretenemos. ¿Por qué tenemos que estar controlando la cuadra, la casa, el barrio? Pagamos nuestros impuestos para que alguien vele por nosotros"

Un grupo de vecinos del asentamiento El Chorizo, ubicado en una zona rural de la provincia de San Juan*, sensibilizados por tus palabras, nos reunimos en asamblea y decidimos darte una solución. Nuestro barrio es humilde, te aclaramos, pero no hay inseguridad. O por lo menos la> inseguridad que sufres vos en la gran ciudad. Si la memoria no nos falla aquí no han matado a nadie. Por lo tanto hemos decidido, por unanimidad, darte un lugarcito en nuestra barriada. Hemos decidido esto porque ninguno de nosotros olvida tu valioso trabajo de "entretenimiento" durante casi las dos últimas décadas. Que coinciden con las más duras recordadas por muchos de nosotros. De hecho, nuestro asentamiento está ubicado en las antiguas vías del ferrocarril. ¿Teacordarás Marce del Ferrocarril? Ese que en los '90, cuando empezabas tu carrera meteórica, Neustadt nos "aleccionaba" , no nos "entretenía", diciéndonos que había que privatizarlo porque nosotros, o el estado, tenía que subvencionarlo. Hasta que por suerte desapareció. El ferrocarril, digo. Sin embargo pasó algo curioso. Muchos perdieron el trabajo, otros la forma de transportarse y por ende el trabajo y otros que vivían de los que vivían gracias al tren también perdieron el trabajo. Dicen que un millón de personas tuvieron que emigrar a las ciudades. ¿Será cierto? Pero lo más increíble es que el estado, o sea nosotros, seguimos subvencionándolo. Sí, podes creer, vos, yo, nosotros, los que pagamos impuestos.

 

Pero no todas fueron pálidas, algunos salimos ganando. Gracias a Menem que lo hizo, Neustadt que nos lo vendió y vos que nos sacaste la mufa, ahora tenemos donde vivir. Fueron épocas duras, pero por suerte vos estabas allí para entretenernos. Te acordarás Marce en los '90 cuando abrieron los mercados y cerraron las fábricas? ¿Cuando privatizaron YPF y se popularizaron los piquetes? Si te debes acordar. Era cuando el 1 a 1 que te permitía mandar los muchachos que trabajaban con vos a otros países para burlarse de los lugareños. Que gracioso. Después de buscar laburo todo el día, llegábamos a nuestro rancho para poder verlos y divertirnos junto con ustedes.¿Que boludos los italianos, no? Que divertido, menos mal que estabas vos para entretenernos.  Por habernos entretenido tanto en esos amargos momentos es que te haremos un lugarcito en nuestro asentamiento. Ya hablamos con el puntero de turno y nos dijo que solo te cobrará $500 por la parcela. Si nosotros pudiéramos te ayudaríamos, pero nos agarra en mal momento porque ya hicimos la tómbola para buscar fondos para la operación de Yésica. La Yesi es hija de una niña de 14 años desnutrida, que nació con una malformación. Marce: ¿Sabias que en Argentina mueren 20 niños por día por desnutrición? ¿Casi una tragedia no? Pero volvamos a la tómbola. No nos quedó otra porque como te imaginaras La Yesi no tiene obra social, y en el hospital no tienen insumos. Esto también empezó en los '90 Marce. ¿Te acordarás? Era cuando mostrabas las chicas pulposas. Que buenas estaban Marce. Parece que estábamos demasiado entretenidos porque llegaron unos tipos de unos organismos internacionales que nos decían que para pagar la deuda externa había que bajar los gastos en salud y educación. ¿Te acordarás? parecía un blooper de Video Match.


Tal vez no te acuerdas, y lo entiendo, porque no podes estar en todas: buscando gente de quien burlarte, chicas que quieran mostrar los pechos por unos pesos, coordinar con los del programa, la publicidad, la fama.

 

Lo de la educación no nos importa tanto. Por aquí ya casi nadie va a la escuela. ¿Sabías Marce que en la Argentina para el 2001 no superaban el 25% los jóvenes entre 20 y 24 años con secundaria completa? Igual a nosotros no nos complica, porque para cosechar uva, tomate y trabajar en la construcción no nos exigen la secundaria. De hecho, menos mal que ni siquiera nos exigen la primaria o saber leer y escribir. Menos mal Marce, sino estaríamos realmente jodidos.
 
Tu parcelita estaría al lado de la de los Carrizo. Son buena gente. Si hubiera trabajo trabajarían de seguro. Don carrizo toma mucho, pero nunca le ha pegado a nadie que no sea su mujer o sus hijitos. Dicen que se puso malo desde que Carlos, el hijo mayor, tuvo el accidente. Se cayó del camión de la cosecha y lo aplastó el tráiler. La policía no sabía si ponerlo como accidente de tránsito o de trabajo. ¿Sabías Marce que en el 2008 murieron más de 8100 personas en accidentes de tránsito? ¿Y que en ese mismo año murieron más de 1000 en accidentes de trabajo? Es impresionante. ¿No Marce? Pareciera un castigo de Dios. Igual a Carrizo no le importó como lo anotaron, solo le importó que Carlos muriera y dejara su novia e hijita desamparadas.

 
Volvamos a tu parcelita Marce. Es la más alta del asentamiento, por lo que es improbable que se te inunde en la época de lluvia. Igual en San Juan no llueve mucho. No hay agua potable, pero por unos pesos te llenan unos tachos y listo. Lo que si, tienes que asegurarte unos mangos a fin de semana para tal fin.

Tampoco creo que tengas problema en conseguir trabajo. Tal vez puedas ser locutor de radio. Aquí son tan malos que lo único que hacen es imitarte a vos. Llegas a venir vos y los flacos se tienen que hacer vecinos nuestros. Quedarían, realmente, en la lona.  ¿Como no le van a dar trabajo a Marcelo Tinelli. Educado(¿terminaste la secundaria vos, no?), blanco, alto, con toda la facha y la mosca. ¿Como hiciste Marce para que te vaya tan bien cuando la mayoría de los argentinos quedaba en la pampa y la vía? Y después la mayoría en la pampa y nosotros en la vía (ja, ja un chistecito de los tuyos).
  
Que capo sos Marce. Te confieso que por momentos te tengo envidia. Pero nunca como para matarte, tranquilo. Hablando de muerte, acá me recuerda doña Carmen que si hubo un hecho de sangre. No en nuestro asentamiento, pero el Sordo, como le decían, era vecino nuestro. Lo mató la policía un día que se escapaba con un televisor y un dvd robados. Le gritaron: ¡ALTO!, pero no escuchó. No lo comentaron ni en las radios  pedorras de acá. Se le había roto el suyo y quería verte, cueste lo que cueste, decía. Eras su ídolo. Igual, como dice la Su : el que roba tiene que morir. ¿O el que mata? Bueno, no se, alguien siempre muere de todas maneras.

 
Bueno Marce, no queremos distraerte más con cosas sin importancia. Sabemos que pronto contaremos con tu vecindad, ya que si bien es una comunidad humilde, se aleja mucho del infierno de vivir en un country encerrado y al acecho de una turba de mal vivientes esperando arrebatarte la vida.
 
*Un afectuoso saludo, te esperamos.*
 
*Vecinos de El Chorizo*

PD: Acá comemos panchos, pero con Tuya (Cola). La vida vale mucho menos.

viernes, 6 de febrero de 2009

EL SENTIMIENTO DE LO FANTASTICO. JULIO CORTAZAR


"...en vez de buscar una definición preceptiva de lo que es lo fantástico, en la literatura o fuera de ella, yo pienso que es mejor que cada uno de ustedes, como lo hago yo mismo, consulte su propio mundo interior, sus propias vivencias, y se plantee personalmente el problema de esas situaciones, de esas irrupciones, de esas llamadas coincidencias en que de golpe nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad tienen la impresión de que las leyes, a que obedecemos habitualmente, no se cumplen del todo o se están cumpliendo de una manera parcial, o están dando su lugar a una excepción.

Ese sentimiento de lo fantástico, como me gusta llamarle, porque creo que es sobre todo un sentimiento e incluso un poco visceral, ese sentimiento me acompaña a mí desde el comienzo de mi vida, desde muy pequeño, antes, mucho antes de comenzar a escribir, me negué a aceptar la realidad tal como pretendían imponérmela y explicármela mis padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo de una manera distinta, sentí siempre, que entre dos cosas que parecen perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse con leyes, que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia razonante.

Ese sentimiento, que creo que se refleja en la mayoría de mis cuentos, podríamos calificarlo de extrañamiento; en cualquier momento les puede suceder a ustedes, les habrá sucedido, a mí me sucede todo el tiempo, en cualquier momento que podemos calificar de prosaico, en la cama, en el ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, hay como pequeños paréntesis en esa realidad y es por ahí, donde una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos llamar lo fantástico. Eso no es ninguna cosa excepcional, para gente dotada de sensibilidad para lo fantástico, ese sentimiento, ese extrañamiento, está ahí, a cada paso, vuelvo a decirlo, en cualquier momento y consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible, seguro y tranquilizado se ve bruscamente sacudido, como conmovido, por una especie de, de viento interior, que los desplaza y que los hace cambiar.

Un gran poeta francés de comienzos de este siglo, Alfred Jarry, el autor de tantas novelas y poemas muy hermosos, dijo una vez, que lo que a él le interesaba verdaderamente no eran las leyes, sino las excepciones de las leyes; cuando había una excepción, para él había una realidad misteriosa y fantástica que valía la pena explorar, y toda su obra, toda su poesía, todo su trabajo interior, estuvo siempre encaminado a buscar, no las tres cosas legisladas por la lógica aristotélica, sino las excepciones por las cuales podía pasar, podía colarse lo misterioso, lo fantástico, y todo eso no crean ustedes que tiene nada de sobrenatural, de mágico, o de esotérico; insisto en que por el contrario, ese sentimiento es tan natural para algunas personas, en este caso pienso en mí mismo o pienso en Jarry a quien acabo de citar, y pienso en general en todos los poetas; ese sentimiento de estar inmerso en un misterio continuo, del cual el mundo que estamos viviendo en este instante es solamente una parte, ese sentimiento no tiene nada de sobrenatural, ni nada de extraordinario, precisamente cuando se lo acepta como lo he hecho yo, con humildad, con naturalidad, es entonces cuando se lo capta, se lo recibe multiplicadamente cada vez con más fuerza; yo diría, aunque esto pueda escandalizar a espíritus positivos o positivistas, yo diría que disciplinas como la ciencia o como la filosofía están en los umbrales de la explicación de la realidad, pero no han explicado toda la realidad, a medida que se avanza en el campo filosófico o en el científico, los misterios se van multiplicando, en nuestra vida interior es exactamente lo mismo.

Si quieren un ejemplo para salir un poco de este terreno un tanto abstracto, piensen solamente en eso que utilizamos continuamente y que es nuestra memoria. Cualquier tratado de psicología nos va a dar una definición de la memoria, nos va a dar las leyes de la memoria, nos va a dar los mecanismos de funcionamiento de la memoria. Y bien, yo sostengo que la memoria es uno de esos umbrales frente a los cuales se detiene la ciencia, porque no puede explicar su misterio esencial, esa memoria que nos define como hombres, porque sin ella seríamos como plantas o piedras; en primer lugar, no sé si alguna vez se les ocurrió pensarlo, pero esa memoria es doble; tenemos dos memorias, una que es activa, de la cual podemos servirnos en cualquier circunstancia práctica y otra que es una memoria pasiva, que hace lo que le da la gana: sobre la cual no tenemos ningún control.

Jorge Luis Borges escribió un cuento que se llama “Funes el memorioso”, es un cuento fantástico, en el sentido de que el personaje Funes, a diferencia de todos nosotros, es un hombre que posee una memoria que no ha olvidado nada, y cada vez que Funes ha mirado un árbol a lo largo de su vida, su memoria ha guardado el recuerdo de cada una de las hojas de ese árbol, de cada una de las irisaciones de las gotas de agua en el mar, la acumulación de todas las sensaciones y de todas las experiencias de la vida están presentes en la memoria de ese hombre. Curiosamente en nuestro caso es posible, es posible que todos nosotros seamos como Funes, pero esa acumulación en la memoria de todas nuestras experiencias pertenecen a la memoria pasiva, y esa memoria solamente nos entrega lo que ella quiere.

Para completar el ejemplo si cualquiera de ustedes piensa en el número de teléfono de su casa, su memoria activa le da ese número, nadie lo ha olvidado, pero si en este momento, a los que de ustedes les guste la música de cámara, les pregunto cómo es el tema del andante del cuarteto 427 de Mozart, es evidente que, a menos de ser un músico profesional, ninguno de ustedes ni yo podemos silbar ese tema y, sin embargo, si nos gusta la música y conocemos la obra de Mozart, bastará que alguien ponga el disco con ese cuarteto y apenas surja el tema nuestra memoria lo continuará. Comprenderemos en ese instante que lo conocíamos, conocemos ese tema porque lo hemos escuchado muchas veces, pero activamente, positivamente, no podemos extraerlo de ese fondo, donde quizá como Funes, tenemos guardado todo lo que hemos visto, oído, vivido.

Lo fantástico y lo misterioso no son solamente las grandes imaginaciones del cine, de la literatura, los cuentos y las novelas. Está presente en nosotros mismos, en eso que es nuestra psiquis y que ni la ciencia, ni la filosofía consiguen explicar más que de una manera primaria y rudimentaria.

Ahora bien, si de ahí, ya en una forma un poco más concreta, nos pasamos a la literatura, yo creo que ustedes están en general de acuerdo que el cuento, como género literario, es un poco la casa, la habitación de lo fantástico. Hay novelas con elementos fantásticos, pero son siempre un tanto subsidiarios, el cuento en cambio, como un fenómeno bastante inexplicable, en todo caso para mí, le ofrece una casa a lo fantástico; lo fantástico encuentra la posibilidad de instalarse en un cuento y eso quedó demostrado para siempre en la obra de un hombre que es el creador del cuento moderno y que se llamó Edgar Allan Poe. A partir del día en que Poe escribió la serie genial de su cuento fantástico, esa casa de lo fantástico, que es el cuento, se multiplicó en las literaturas de todo el mundo y además sucedió una cosa muy curiosa y es que América Latina, que no parecía particularmente preparada para el cuento fantástico, ha resultado ser una de las zonas culturales del planeta, donde el cuento fantástico ha alcanzado sus exponentes, algunos de sus exponentes más altos. Piensen, los que se preocupan en especial de literatura, piensen en el panorama de un país como Francia, Italia o España, el cuento fantástico no existe o existe muy poco y no interesa, ni a autores, ni a lectores; mientras que, en América Latina, sobre todo en algunos países del cono sur: en el Uruguay , en la Argentina... ha habido esa presencia de lo fantástico que los escritores han traducido a través del cuento. Cómo es posible que en un plazo de treinta años el Uruguay y la Argentina hayan dado tres de los mayores cuentistas de literatura fantástica de la literatura moderna. Estoy naturalmente citando a Horacio Quiroga, a Jorge Luis Borges y al uruguayo FelisbertoHernández, todavía, injustamente, mucho menos conocido.

En la literatura lo fantástico encuentra su vehículo y su casa natural en el cuento y entonces, a mí personalmente no me sorprende, que habiendo vivido siempre con la sensación de que entre lo fantástico y lo real no había límites precisos, cuando empecé a escribir cuentos ellos fueran de una manera casi natural, yo diría casi fatal, cuentos fantásticos.

(...) Elijo para demostrar lo fantástico uno de mis cuentos, La noche boca arriba, y cuya historia, resumida muy sintéticamente, es la de un hombre que sale de su casa en la ciudad de París, una mañana, en una motocicleta y va a su trabajo, observando, mientras conduce su moto, los altos edificios de concreto, las casas, los semáforos y en un momento dado equivoca una luz de semáforo y tiene un accidente y se destroza un brazo, pierde el sentido y al salir del desmayo, lo han llevado al hospital, lo han vendado y está en una cama, ese hombre tiene fiebre y tiene tiempo, tendrá mucho tiempo, muchas semanas para pensar, está en un estado de sopor, como consecuencia del accidente y de los medicamentos que le han dado; entonces se adormece y tiene un sueño; sueña curiosamente que es un indio mexicano de la época de los aztecas, que está perdido entre las ciénagas y se siente perseguido por una tribu enemiga, justamente los aztecas que practicaban aquello que se llamaba la guerra florida y que consistía en capturar enemigos para sacrificarlos en el altar de los dioses.

Todos hemos tenido y tenemos pesadillas así. Siente que los enemigos se acercan en la noche y en el momento de la máxima angustia se despierta y se encuentra en su cama de hospital y respira entonces aliviado, porque comprende que ha estado soñando, pero en el momento en que se duerme la pesadilla continúa, como pasa a veces y entonces, aunque él huye y lucha es finalmente capturado por sus enemigos, que lo atan y lo arrastran hacia la gran pirámide, en lo alto de la cual están ardiendo las hogueras del sacrificio y lo está esperando el sacerdote con el puñal de piedra para abrirle el pecho y quitarle el corazón. Mientras lo suben por la escalera, en esa última desesperación, el hombre hace un esfuerzo por evitar la pesadilla, por despertarse y lo consigue; vuelve a despertarse otra vez en su cama de hospital, pero la impresión de la pesadilla ha sido tan intensa, tan fuerte y el sopor que lo envuelve es tan grande, que poco a poco, a pesar de que él quisiera quedarse del lado de la vigilia, del lado de la seguridad, se hunde nuevamente en la pesadilla y siente que nada ha cambiado. En el minuto final tiene la revelación. Eso no era una pesadilla, eso era la realidad; el verdadero sueño era el otro. Él era un pobre indio, que soñó con una extraña, impensable ciudad de edificios de concreto, de luces que no eran antorchas, y de un extraño vehículo, misterioso, en el cual se desplazaba, por una calle.

Si les he contado muy mal este cuento es porque me parece que refleja suficientemente la inversión de valores, la polarización de valores, que tiene para mí lo fantástico y, quisiera decirles además, que esta noción de lo fantástico no se da solamente en la literatura, sino que se proyecta de una manera perfectamente natural en mi vida propia.

Terminaré este pequeño recuento de anécdotas con algo que me ha sucedido hace aproximadamente un año. Ocho años atrás escribí un cuento fantástico que se llama “Instrucciones para John Howell”, no les voy a contar el cuento; la situación central es la de un hombre que va al teatro y asiste al primer acto de una comedia, más o menos banal, que no le interesa demasiado; en el intervalo entre el primero y el segundo acto dos personas lo invitan a seguirlos y lo llevan a los camerinos, y antes de que él pueda darse cuenta de lo que está sucediendo, le ponen una peluca, le ponen unos anteojos y le dicen que en el segundo acto él va a representar el papel del actor que había visto antes y que se llama John Howell en la pieza.

“Usted será John Howell”. Él quiere protestar y preguntar qué clase de broma estúpida es esa, pero se da cuenta en el momento de que hay una amenaza latente, de que si él se resiste puede pasarle algo muy grave, pueden matarlo. Antes de darse cuenta de nada escucha que le dicen “salga a escena, improvise, haga lo que quiera, el juego es así”, y lo empujan y él se encuentra ante el público... No les voy a contar el final del cuento, que es fantástico, pero sí lo que sucedió después.

El año pasado recibí desde Nueva York una carta firmada por una persona que se llama John Howell. Esa persona me decía lo siguiente: “Yo me llamo John Howell, soy un estudiante de la universidad de Columbia, y me ha sucedido esto; yo había leído varios libros suyos, que me habían gustado, que me habían interesado, a tal punto que estuve en París hace dos años y por timidez no me animé a buscarlo y hablar con usted. En el hotel escribí un cuento en el cual usted es el protagonista, es decir que, como París me ha gustado mucho, y usted vive en París, me pareció un homenaje, una prueba de amistad, aunque no nos conociéramos, hacerlo intervenir a usted como personaje. Luego, volví a N.Y, me encontré con un amigo que tiene un conjunto de teatro de aficionados y me invitó a participar en una representación; yo no soy actor, decía John, y no tenía muchas ganas de hacer eso, pero mi amigo insistió porque había otro actor enfermo. Insistió y entonces yo me aprendí el papel en dos o tres días y me divertí bastante. En ese momento entré en una librería y encontré un libro de cuentos suyos donde había un cuento que se llamaba “Instrucciones para John Howell”. ¿Cómo puede usted explicarme esto, agregaba, cómo es posible que usted haya escrito un cuento sobre alguien que se llama John Howell, que también entra de alguna manera un poco forzado en el teatro, y yo, John Howell, he escrito en París un cuento sobre alguien que se llama Julio Cortázar."